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martes, 24 de noviembre de 2009

OLVIDO

El olvido es dúctil y sinuoso. Tan pronto se sienta en los sillones municipales, como se pone la toga o se disfraza de periodista y va recitando su veterana letanía: “Son cosas del pasado”, “Mejor no remover los muertos”, “Hijo, no te signifiques”.Es el experimentado miedo vestido de responsabilidad, la doblez exhibiendo sus mejores galas en forma de sentido común, la prolongación del vano ayer del franquismo narrada como “modélica transición”. Los olvidadores se afanan en borrar o difuminar el rastro del crimen. Pero cualquier obra de cualquier pueblo o ciudad, en un alarde de provocación e indecencia, continúa, presumiblemente encima de los cuerpos represaliados, y la investigación no ha avanzado ni un solo milímetro. Familias que se niegan a que se desentierren los restos, proclamando que no quieren remover mas la historia. Son muchos años de sistemática ocultación, de magistratura de los olvidadores y de complicidad de los olvidadizos. Son muchos años asfixiando la memoria o corrompiéndola en “Cuéntames” y ficciones de consenso. Son muchos años de franquismo sociológico, molecular, cernido. Muchos años de claudicación también, de cambiar dignidad por votos, de memoria histórica de quita y pon, intermitente, de temporada.“Tampoco los muertos estarán seguros ante el enemigo cuando este venza. Y este enemigo no ha cesado de vencer”. Walter Benjamin, ya en los años treinta, advertía sobre el peligro que acecha a la memoria de los vencidos y sobre la necesidad en toda época de “arrancar la tradición al respectivo conformismo que está a punto de subyugarla”. “Cuando se ha visto la sangre,/ en la soledad no hay río/ del olvido” escribía Alberti años después de la ignominia, mirando aquel país donde se podía “navegar en sangre”. Y Benedetti, que compartió años después con Alberti la condición de desterrado, le contestaba esperanzado: “Es cierto/ rafael/ no hay un río/ del olvido/ hay mar de la memoria”. Haya un mar de la memoria, imposible de acallar, un mar de voces, de campesinos, obreros, marineros, profesores, estudiantes, intelectuales etc...afirmando el tiempo de la dignidad, el tiempo de la revolución. El tiempo en el que temblaron los generales, la tierra volvió a ser de todos, intentó la razón zafarse de las supersticiones, los poetas se fundieron con las gentes y los hombres se llamaron, sin miedo y sin vergüenza. No hay peor condición para el ser humano que caer en el olvido y sobre todo en el olvido impuesto. La memoria de las víctimas del franquismo es la afirmación de la esperanza presente, de la utopía de nuestros días. Otra sociedad culta, solidaria, igualitaria, sin reyes ni amos, es posible.