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domingo, 3 de enero de 2010

Nuevas Guerras, Viejas Guerras

Para mi como para muchos, la candidatura de Obama representó un cambio tan profundo que pensaron, o más bien esperamos, que su presidencia trajera consigo no sólo una profunda transformación doméstica, sino el fin del ciclo de guerra norteamericano. Para ellos, la noticia de un incremento en las tropas estadunidenses en Afganistán nos ha hecho añicos esas esperanzas. ¿Las cárceles clandestinas? Sí. Todavía existen. ¿Las ilegales “rendiciones extraordinarias”*? (Rendición extraordinaria” es un término utilizado en los Estados Unidos para la entrega de sospechosos de terrorismo a terceros países para interrogación; también se llama “tortura por proxy”). Sí, existen. ¿La intervención telefónica de los norteamericanos sin orden judicial? También. De hecho, poco ha cambiado excepto el tono público del debate. Hay pocas palabras rimbombantes, menos bravuconería, y aún menos discursos que incitan al miedo, pero los mismos programas siguen operando a toda velocidad. Y las guerras siguen – iniciadas con decepción y avaricia, y continuadas por la simple necesidad política.

Porque entre los muchos, hay quienes nunca han considerado a Estados Unidos como un imperio, y por eso, se encontraban tristemente desprevenidos ante el hambre de cualquier presidente para más poder ejecutivo, o ante las necesidades del imperio a agrandarse en lugar de simplemente ceder poder. Es decir, las guerras no necesariamente terminan cuando los políticos o diplomáticos estrechan las manos y firman tratados. Crecen como una llaga y se alimentan de las cuestiones no resueltas; vuelven a salir– a veces peor que antes. Como la Guerra que viene desarrollando por las materias primas de la tecnología. La República Democrática del Congo se desangra. Se calcula que desde 1998 han muerto casi cinco millones y medio de personas y desde hace unos meses los ataques se han recrudecido. No es casual que el país tenga el 80% de las reservas mundiales de coltán. La antigua colonia belga tiene tanta riqueza que con su explotación debería nadar en la abundancia, sin embargo lo que le sobran son guerras. De este raro mineral se extrae el tantalio, que posee una gran resistencia al calor y excelente conductividad, por lo que es imprescindible para la fabricación de nuevas tecnologías. Desde el móvil que usamos hasta las naves espaciales, pasando por los ordenadores portátiles y las videoconsolas. Todas llevan coltán. La mayor reserva de este material se encuentra en la República Democrática del Congo (RDC). Posee el 80% del coltán existente en el planeta y precisamente se encuentra en la zona en conflicto. Evidentemente, no podemos apelar a la casualidad. La cuestión que surge es directa y muy clara: ¿puede sobrevivir el mundo occidental a la escasez del coltán? La respuesta es que no. Se hundirían las multinacionales y sobrevendría un colapso económico, máxime ante la crisis global que vivimos.

La relación de esta guerra con nuestro consumismo tecnológico es directamente proporcional: las fechas del auge de ventas de teléfonos móviles coinciden con aquellas en las que ha habido más muertos en Congo. Esta vez no podemos lavarnos las manos, miles de muertos nos señalan directamente. Empecemos por dar a conocer la verdad.