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martes, 14 de septiembre de 2010

FANATISMO E IDEALISMO

La cuestión es que, admitiendo que el idealista cree exclusiva mente en sus ideas y el fanático no es más que el idealista de una sola creencia que sustituye a las ideas, ¿quién es el árbitro de “lo real” y decide quién es idealista?, y ¿quién lo es de la “exaltación” e intolerancia del fanático? ¿No podrá ser otro idealista y otro fanático de “realidades” contrapuestas?. Ese es el problema, realmente mi problema. Pues me da la impresión de que los jueces que deciden quiénes son idealistas y fanáticos son siempre los mismos. Son los que, por razones utilitarias y soberbias, necesitan ser ellos quienes fijan "la ver dad"; ignoran adrede el relativismo einsteniano que prueba que todo de­pende del color del cristal con que se mire cada cosa. ¿Pero, a todo esto, cuáles son?, pues el Vaticano, los medios, los lobbies judíos, los padres del neoliberalismo, las Academias, los Ateneos, los Tribuna les y las Universidades... y luego, los pentágonos, la plana mayor de los ejércitos y de las policías, los parlamentos y las asambleas tipo Bildenberg. Todos, como vemos, muy lejos de cada uno de nosotros. Pero todos disponiendo de las “claves” de una ver dad única: la suya, y de un pensamiento único: el suyo.
Fanático es el "partidario exaltado e intolerante de una creencia". Idealismo es "la creencia en que nuestras ideas son lo único real y lo único que podemos conocer La primera definición es del insuperable diccionario de María Moliner, la segunda definición es del no menos insuperable diccionario de Oxford. De acuerdo con ambos textos, los conceptos idealista y fanático están muy próximos.
Así es que, si no quieres pasar por idealista o por fanático y jugártela en tiempos en que todos los ciudadanos ínfimos corremos el riesgo de ser perseguidos y encarcelados por terrorista o por apologista de terrorismo tú o yo , con muestras verdades, tendremos que póstranos ante esas instituciones. Pero que no se nos ocurra. Deja a un lado la tentación de plantearnos semejante ejercicio intelectivo, pues si insistimos seremos tenido por contumaz y heterodoxos; y más aún, si tratamos de llevar la contraria a la economía de mercado, a la democracia burguesa y al capitalismo. En cambio, si no nos manifestamos como idealista ni como fanático seremos escuchado, seremos leído y entendido; seremos unos hombres de provecho, unas mujeres respetables o unos gays prudentes; todo nos irá bien y, con tal de que a nuestras ideas les demos una atractiva construcción, casi todo el mundo nos dará la razón, tendremos una buena paga y seremos felices. Incluso nos harán un hueco en los periódicos que difunden las verdades “reales” para que las refocermos, y hasta podremos salir en la televisión para lo mismo. Hemos de evitar, pues, que los Oráculos nos tachen de visionario, de esquizofrénico o de cons­piraparanoide y en último caso de gilipoyas. Así es que, depurado ya del idealismo y redimido del fanatismo, grita conmigo: ¡viva el pragmatismo, viva el utilitarismo, viva el negocio y el beneficio! ¡abajo el fanatismo y mueran los ideales… según los centros donde se aloja la única verdad!.