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lunes, 25 de octubre de 2010

LOGICA

Esa clase de lógica, aplicada a los profundos cambios tecnoló­gicos y a juzgar por la marcha de los acontecimientos consiste en una re­pentina necesidad de todo el mundo de atraer la máxima atención, en exhibirnos allá donde comparecemos, en re­nun­ciar a la privacidad pese a que si por un lado se nos recuerda la conve­niencia de proteger nuestros datos, por otro una mano invisi­ble los pone al alcance de todo el mundo comercial. Para todo son precisas claves o contra­se­ñas. Se nos hace creer que hemos de pre­servarnos de fisgones y malvados y que legiones de maliciosos acechan nuestro disco duro; pero nadie sabe para qué, pues la inmensa mayoría ci­bernética care­cemos de valores que es­conder, ni materia­les ni morales. Complicarnos los trámites lo más posible para la comodidad de unos, para mante­ner la cabeza ocupada de otros, y para el en­treteni­miento general parece ser la obsesión de esta sociedad ma­nejada a mucha distancia por los verdaderos asaltantes. Pero el caso es que todo huele a anglosajón “americano”. Estamos pasando poco a poco del kilómetro a la milla, algún día empezarán a fabricar coches para conducir por la izquierda. Hemos pa­sado en un santiamén de los santos hasta en la sopa. De la dis­creción y la pru­dencia como valo­res máxi­mos de la más exquisita educación, a la agresividad total. No pasa un día sin que nos llamen voces invisibles, gentes a quie­nes jamás hemos visto ni deseamos cono­cer, para ofrecernos cosas que odiamos pro­porcionalmente a la in­sistencia. Nos cansamos de respon­der que sabemos bien lo que queremos y lo que no quere­mos, lo que podemos y no pode­mos. Eso, cuando no nos asalta el disco programado para la pertinente tabarra. Cada día nos hacen más ofer­tas y pro­mesas mentirosas: tarda­mos poco en comprobar que ja­más se cum­plen. Estamos hartos de pe­regrinar de una opera­dora móvil a otra por ahorrarnos unos euros que también son mentira o a costa de un servicio pésimo. Vivimos en un mundo extraño, procaz y tan obsceno como miste­rioso. El misterio estriba en no conocer a nuestros titiriteros, en no sa­ber de dónde salen y hasta dónde son capaces de manejar nues­tros estrechí­simos re­cur­sos. El dinero de plástico, las tarjetas de des­cuento, el re­gistro in­dispensable para todo, los prolijos formula­rios, los contratos de adhesión, las llamadas intempestivas.

Estamos perdidos si no hemos sabido reiniciar, si no hemos sabido que lo esencial para vivir es reiniciar. La lógica moderna, la lógica anglo­sajona, la lógica informática están generando poco a poco mons­truos desgracia­dos.