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domingo, 31 de octubre de 2010

La antropología

La antropología es uno de esos anteojos y la antro­polo­gía fi­losófica otro. Y a través de ambos no se ven ni el enfoque ideo­lógico ni el político ni el moral, que son los tres más usuales someti­dos a la pública opinión. Pero desde la perspec­tiva de la antropolo­gía filo­sófica la realidad es bien simple como que es tan in­diferente que un mare­moto se trague todo un país, que un microbio de la fie­bre nos mate o que su­cumba por un cambio brusco de temperatura. En todo caso a la realidad dan dos ventanales. Desde uno de ellos la realidad “es” lo que presenciamos con nuestros propios ojos, lo que es­cu­chamos y lo que entendemos. Desde el otro “es”, lo que nos cuentan. Sentados frente a uno de los dos, podemos utilizar dis­tintos anteojos para verla, medirla, pe­sarla y valorarla. Cada uno nos apor­tará un co­nocimiento moral y material de cada cosa. Y a su vez ese conocimiento se mo­dificará y nos causará uno u otro efecto se­gún lo tratemos y se­gún el grado de profundi­dad a que seamos ca­paces de lle­gar. La antropología filosófica es un marco de estudio y análisis del ser humano como zoon más que como politikon; más irracional que ra­cional. Desde esta perspectiva antropológica la libertad entendida como libre albe­drío y la libertad política entendida como libertades formales, o son inexistentes o son minúsculas; desde luego carecen de la naturaleza que les confiere la política y los ordenamientos jurí­di­cos. Por ello, aunque la política y el derecho y en correlación el pe­rio­dismo interpretan las li­bertades formales como ausencia total de opresión sobre nuestro espíritu y nuestro desenvolvimiento personal. La condición de la libertad es inherente a la humanidad, una inevitable faceta de la posesión del alma en la que todas las in­teracciones so­ciales con posterioridad al nacimiento implican una pérdida de libertad, vo­luntaria o involunta­riamente. El hombre nace libre, pero en todas partes está encade­nado. En toda sociedad, para serlo, hay restriccio­nes. Pero en general y en oc­cidente basta que un país haga una am­pu­losa pro­clama o declaración de la libertad en cons­titución o en sus instituciones, para que todos los opi­nantes estén de acuerdo en que la hay. Lo de menos es averiguar y comprobar si ese país en con­creto, sus policías y sus jueces con­culcan o no la libertad en todo o en parte por clases sociales, por segmentos de población o por te­rritorios. Va­lórese la libertad que disfrutan los ciudadanos comunes en Estados Unidos según sean patricios, negros e hispanos, y qué clase de liber­tad está im­poniendo a cañonazos en los países inva­di­dos y ocupados en Oriente Medio. Pero también, véase qué clase de li­bertad existe en el Estado Español, que varia dependiendo de una comunidad a otra.

Volviendo a la antropología filosófica, ésta distingue entre la emi­colo­gía: estudio de los significativos en el ámbito estructural y del com­portamiento de una cultura, descritos desde el propio punto de vista de esta cultura, y la eticología: estudio de los significativos del ám­bito estructural y del comportamiento de una cultura, descritos en función de unos rasgos independientes o por contrastación con otras culturas, por ejemplo, con la cultura del estudioso. Esto significa que ningún autor periodístico, ni el lenguaje usual de los medios de comunicación -los chamanes de la modernidad- atien­den al concepto libertad desde el punto de vista emicológico, es de­cir, desde las "razones" que existen en otros países de culturas muy dife­rentes de la nuestra para organizarse socio políticamente, y apli­car sus reglas, preceptos y costumbres.