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domingo, 15 de mayo de 2011

Ciudad Democratica


No se puede hablar de la ciudad democrática -podríamos referirnos al llegar aquí, metafóricamente, a algo parecido a la Ciudad de Dios o cualquier otro utopismo- cuando una serie de personas viven en el suburbio de la libertad sin otra ocupación que aportar su enrarecida existencia a una realidad que les es ajena y respecto a la cual no poseen más derechos y obligaciones, si puede hablarse de derechos, que el sufrimiento, casi siempre materialmente productivo para quienes ocupan o participan del poder. Que una serie de políticos habilitados para ejercerla libremente la niegan a los demás. De entrada colijo de tal negación que la democracia no les reclama como fuerza esencial e íntima, pues de requerirles como principio vital se apresurarían a enriquecerla con toda suerte de asistencias a fin de conseguir una práctica democrática amplia y fuerte. Dejar a cualquiera fuera de la acción democrática constituye una muestra de autoritarismo propio del fascismo y otros comportamientos autocráticos por el estilo que reducen la política al debate corporativo de unos concretos y limitados intereses elaborados. Alegar por los necios impostores que a la democracia hay que defenderla de los antidemócratas con previedades insidiosas es una elemental y rechazable petición de principio. Todo el que se somete al juicio electoral de los ciudadanos es demócrata por definición. Si luego, en el curso de la acción política, atenta contra la democracia con hechos palpables -como hicieron Hitler y sus corifeos- incurrirá en un crimen personalizado que debiera ser juzgado por tribunales populares, la única justicia que parece apropiada para tales actos. Pero ¿creen los que conforman la «unidad de los demócratas» en los posibles tribunales del pueblo que habrían de actuar ante los atentados a la libertad de pensamiento y de acción? Decididamente les producen un espanto sin límites. La «unidad de los demócratas» ha sido pensada para reducir toda verdadera manifestación popular a un marco de cartón piedra. Toda esta reflexión ha de hacerse, si queremos ser leales a nuestra propia vida, cada vez que los definidores hablan con discurso mendaz de cosas como «la unidad de los demócratas», que se refiere precisamente a una voluntad de exclusión selectiva de la democracia. Se trata de una unidad belicista frente a la ciudadanía que es privada por ellos de toda expresión democrática. Verdaderamente la «unidad de los demócratas» solamente acontece cuando todos, absolutamente todos, los ciudadanos son medidos con el metro de iridio de la libertad. Pero tornemos a los cómodos habitantes de la «unidad de los demócratas», sobre todo en esta última batalla suya por lucrar las indulgencias de los verdaderos conductores del poder. Mientras la democracia continúe siendo un club excluyente, la democracia no existirá en España. La democracia consiste en el ágora abierta donde todos los que tienen que proponer o proclamar algo pueden actuar con su simple pasaporte de soberanía política. Evitemos que este país sueñe solamente en cárceles perpetuas, en castigos sin final, en ámbitos policiacos.