Ha
dominado la cultura política, económica y mediática de los países
del Atlántico Norte desde la década de los años ochenta del siglo
pasado. Este dogma cree que la crisis actual se debe a un gasto
público excesivo que había ahogado con su peso a la economía,
privando de fondos y recursos al sector privado imposibilitándolo a
que actuara como motor de la economía
Los
recortes se aplican predominantemente en los gastos públicos
sociales, pues se asume, además, que la supuestamente excesiva
Protección Social estaba relajando a la clase trabajadora
(redefinida como clase media), perdiendo competitividad. Ellos
consideran que los derechos laborales y sociales se ha atrofiado,
extendiéndose demasiado, afectando con ello su productividad.
Contribuyendo a esta pérdida de productividad, había habido un
abultado crecimiento salarial en la mayoría de los países (y muy en
especial en los países periféricos de la Eurozona) que había
disparado los precios de los productos, obstaculizando así la
capacidad exportadora del país. Se requería, por lo tanto, toda una
batería de intervenciones públicas, que incluían desde la
reducción de aquellos derechos laborales y sociales a la puesta en
marcha de reformas laborales que tenían como objetivo disminuir los
salarios.
La
aplicación de tales políticas ha conllevado una crisis tremenda,
deteriorándose más y más la situación económica de tales países,
alcanzando unos niveles de desempleo nunca antes vistos.
El
bienestar y calidad de vida de las clases populares se ha deteriorado
de una manera muy alarmante. En realidad, la crisis se ha centrado en
las clases populares, que son las que están sufriendo más los
efectos negativos de tales políticas. Estas políticas están
creando una enorme crisis de la democracia pues ninguna de ellas se
está llevando a cabo consecuencia de un mandato popular, pues no
estaban anunciadas en los programas electorales de los partidos
gobernantes que las están implementando. En realidad estas políticas
son enormemente impopulares. Los únicos sectores sociales que apoyan
tales políticas son las rentas superiores y los establecimientos
financieros y empresariales (de grandes empresas exportadoras) que
son las únicas que se benefician de tales políticas. Las clases
populares (que son la mayoría de la población) se oponen. El hecho
de que tales políticas continúen existiendo y aplicándose se debe
al enorme poder de los establecimientos financieros, empresariales,
mediáticos y políticos que son los beneficiarios de esta crisis
actual. Así de claro.
Hace
nada hablar de la revolución era como querer quedar en evidencia,
una muestra de quijotismo incurable. Alguien se pregunta, ¿tenían
que escenificar delante de los desahuciados el fingimiento de
aceptaba su Iniciativa Legislativa Popular para después suprimirla y
tergiversarla?, ¿tienen que proclamar que Ada Colau es casi como
Hitler? ¿Necesitan hacerse los ofendidos con los escraches, a los
que se criminaliza para poder culpar a las víctimas?, Demuestran
que su programa B es el que han proclamado con la boca pequeña,
cuando dijeron que había que forrarse, o cuando aquel hijo de papá
gritó aquello de: "¡Que se jodan!" Es el más certero
autorretrato de la casta que nos gobierna. Pero semejante desdén es
algo peor que una crueldad. Es un error político de primera
magnitud, pues los ciudadanos ni merecen ni perdonan al gobernante
que les pierde el respeto y les trata de esa forma. En vísperas de
la “primavera árabe”, esto parecía un hogar de jubilados para
los que la vida ya no tiene mayor aliciente que jugar al dominó. Eso
sucedió hace como quien dice, ayer. Hasta entonces, la palabra
revolución se había quedado para la historia y para las causas
perdidas por la que batallaban países lejanos. Ellos creen que
podrán dormir a pata suelta hagan lo que hagan, y también que esos
“políticos” piensen que el mayor sobresalto puede ser una
reforma. Pero cuando no se puede reformar ni tan siquiera una
miserable ley hipotecaria que rechaza la casi totalidad de la
población, no parece que haya mucho espacio para las reformas. Es
por eso que cuando ahora hablas de revolución, nadie hace ya bromas
sobre las causas perdidas.