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lunes, 13 de mayo de 2013

keynesiana

La recurrencia keynesiana al Estado como elemento fáctico de lo público (en realidad lo público estatal, no lo común) trajo añadido la entronización del Estado en el botiquín ideológico de la izquierda socialdemócrata. En conclusión, se evitó el colapso y logró que la acumulación de capital siguiera su curso urbi et orbi, inaugurando una larga etapa de culto al Estado por parte de la sociedad . Este cambio se concretaría en la “buena prensa” que el término tendría en lo sucesivo para la izquierda alternativa (aunque en realidad a la larga ese sería el señuelo que serviría para su integración en las instituciones que pretendía transformar) y en un común denominador para políticos de derecha e izquierda que buscaban la excelencia pública en su talla como “hombres de Estado”. Y de aquellos vientos proceden en parte estas tempestades. De nuevo hoy, el maltrecho capitalismo financiero global, pillado en otra de esas crisis propias de su mala salud de hierro (hablar de “ciclos” es naturalizar, como si se tratara de un terremoto, algo que es histórico, fruto de la acción humana contingente, voluntad de dominio), descubre los efectos cauterizantes. Los penosos ajustes y recortes, dolósamente denominadas políticas de austeridad (otra vez el lenguaje orweliano al servicio del poder), con que se intenta garantizar la acumulación capitalista a costa del expolio social se ejecutan desde el Estado, siguiendo aquella pauta higienista consistente en que la causa de determinados síntomas puede curar esos mismos síntomas con dosis controladas.
El desmantelamiento de la banca pública entra en franca contradicción con las funciones que ahora se plantea el Estado con motivo de la crisis. Tras tanto adelgazar al Estado y engordar los negocios privados, el volumen y los riesgos de estos crecen a un ritmo muy superior al de los recursos públicos. Por ejemplo, si en 1995 el importe de los créditos doblaba al de los ingresos fiscales del Estado, en 2007 lo quintuplica, con lo que son cada vez más limitados los recursos públicos en comparación con los privados. Durante la crisis bancaria vivida entre 1977 y 1985, el saneamiento de las entidades financieras españolas exigió al Estado ayudas billonarias en pesetas y la crisis actual va camino de exigirlas en euros Según cuentan en los telediarios (aviso importante: aconsejo a todo el mundo no ver los telediarios, está ampliamente demostrado que sus mentiras y sus manipulaciones producen diarrea mental), la prima de riesgo ha bajado tanto que ya no es un problema para la economía española. Y es que según esos mismos telediarios, Rajoy y su equipo están haciendo sus deberes, los que le ha impuesto la UE, el FMI y el BCE, con tan buena caligrafía que los mercados, ahora sí, empiezan a confiar en sus reformas y en sus recortes. Qué chico tan obediente, este Rajoy. Lástima que la realidad sea terca como una mula y se empeñe en demostrar lo contrario. Porque los datos económicos (los del gobierno, por supuesto) y los pesos pesados del PP dirán una cosa, pero la calle dice otra muy distinta. Y no hace falta haber estudiado en Yale o Harvard para saber que lo que dice la calle, mientras no se demuestre lo contrario, es lo que vale, porque lo quieran ellos o no, es lo único fiable. Y la calle dice cosas que no son agradables a los oídos de Rajoy, Sáenz de Santamaría, Cospedal, Montoro o de Guindos. Cosas como que España camina, pasito a pasito, hacia el abismo de los siete millones de parados. Hace unos meses, hablábamos de cinco millones. Hoy, gracias a la reforma laboral y a la política económica llevada a cabo por Rajoy y sus ministros, ya hemos pasado de los seis millones, y todo parece indicar que si un milagro no lo remedia —y no creo que estemos para invocar milagros—, pronto alcanzaremos la cifra récord de siete millones de desempleados.+-La calle nos dice, también, que un gran número de esos parados lleva tanto tiempo sin trabajar que muchos de ellos no son capaces de precisar cuándo lo hicieron por última vez.Y nos dice que la mitad de los jóvenes de este país están cruzados de brazos, sin haber trabajado un solo día de su vida, sin esperanzas de conseguir nada a corto o medio plazo, y todo ello, a pesar de haberse pasado la mayor parte de sus vidas estudiando duro, de haber ido a la universidad y de tener un título que los acredita como ingenieros, arquitectos, médicos o maestros. La calle nos dice que muchos de estos jóvenes están pensando en emigrar a otros países, si es que no lo han hecho ya.