El
cambio de siglo del XIX al XX no se produjo cronológicamente, lo
marco un hecho fundamental, la revolución bolchevique y sus
connotaciones Europeas. El cambio del XX al XXI tampoco ha seguido
una pauta cronológica, lo esta marcando la gran crisis capitalista
que nos asola, con el gran recortes de libertades y un incipiente
auge del fascismo.
Para
que la libertad sea un derecho
de todos es
necesario que la clase que sufre de un modo más intenso y directo,
la trabajadora (la más amplia de todas), las salvajes caricias del
capitalismo en su providencial crisis, comprenda que junto a la lucha
contra la expropiación forzosa de sus derechos sociales necesita
unir su lucha por la defensa de sus libertades, porque son suyas,
nadie se las regaló y las necesita como el aire que respiramos para
poder desenvolverse en la protesta social con un mínimo de
posibilidades de no ser masacrada.
Se pierde la libertades en
ese ataque a los derechos sociales –pensiones, cobertura de
desempleo, educación, sanidad,…-conquistados hace mucho tiempo por
la clase trabajadora son erradicados a través de las decisiones del
brazo político del capital. No hay libertad allá donde el
empobrecimiento de millones de personas les arroja bajo el yugo del
reino de la necesidad.
Estos
nos lleva al
fascismo
tuvo un origen histórico en la Europa del siglo XX. Pero el fascismo
no constituye específicamente un ‘problema alemán’ o europeo,
sino que pone en juego tendencias presentes la en la sociedad en su
conjunto y específicamente canaliza miedos atávicos de la clase
media, miedo al desorden. Aprovecha los sentimientos de miedo y
frustración colectiva para exacerbarlos mediante la violencia, la
represión y la propaganda, y los desplaza contra un enemigo común
real o imaginario, interior o exterior, que actúa de chivo
expiatorio frente al que volcar toda la agresividad de forma
irracional.
En
el código fascista, los hombres son superiores a las mujeres,
los soldados a los civiles, los miembros del partido a los que no lo
son, la propia nación a las demás, los fuertes a los débiles, y
los vencedores en la guerra a los vencidos. El fascismo actual no es
un régimen político sino social y opresor, es un instrumento
ordenador, que se ancla sobre prejuicios hacia quienes se considera
disolventes de lo establecido, y creencias de que en el mundo suceden
cosas desenfrenadas y peligrosas. Para ellos el lugar de la mujer es
básicamente el hogar, en el que debe desempeñar el papel de
reproductora de la raza, la maternidad es un deber patriótico,
atendiendo y sirviendo a su familia así como conservando y
transmitiendo los valores de la cultura. Para ella, la vida debía
limitarse a la esfera privada porque carecía de talento para la vida
pública, para la creatividad o para la síntesis. El fascismo quiere
a las mujeres
dotadas
por “naturaleza” de espíritu de sacrificio, modestia y
resignación. Por eso hay que propugnar la lucha activa en todos los
campos políticos, laborales, sociales de las mujeres, estos seria
antifascismo. Hasta hace poco se decía que quien no ha vivido los
momentos previos a la revolución no conoce la alegría de vivir. Más
allá del idealismo que contiene el mensaje, lo dramático es que en
ese contexto que ahora atisbamos, junto a solemnes declaraciones de
anticapitalismo, poder popular y lucha de clases, reclamos capaces
por sí solos de evocar escenarios transformadores, se olvide lo que
ha sido la hoja de ruta del movimiento de los indignados, las mareas
y las plataformas a los que ahora cortejan a ese voto, cuando en
realidad, el posible votante ya no es una papeleta que se deposita en
una urna, quiere ser parte activa en el proceso electoral y
pos-electoral y que su opinión sea tenida en cuenta de manera
decisoria. Los electores ya no son masas silenciosas que van a
depositar la papeleta cada cuatro años, son parte integrante de la
democracia. Hoy ese cambio ya se ha dado, no hay nada más que ver el
divorcio existente entre el Gobierno del Estado y las masas de
votantes.