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sábado, 6 de julio de 2013

CAMBIO DE SIGLO

El cambio de siglo del XIX al XX no se produjo cronológicamente, lo marco un hecho fundamental, la revolución bolchevique y sus connotaciones Europeas. El cambio del XX al XXI tampoco ha seguido una pauta cronológica, lo esta marcando la gran crisis capitalista que nos asola, con el gran recortes de libertades y un incipiente auge del fascismo.
Para que la libertad sea un derecho de todos es necesario que la clase que sufre de un modo más intenso y directo, la trabajadora (la más amplia de todas), las salvajes caricias del capitalismo en su providencial crisis, comprenda que junto a la lucha contra la expropiación forzosa de sus derechos sociales necesita unir su lucha por la defensa de sus libertades, porque son suyas, nadie se las regaló y las necesita como el aire que respiramos para poder desenvolverse en la protesta social con un mínimo de posibilidades de no ser masacrada. Se pierde la libertades en ese ataque a los derechos sociales –pensiones, cobertura de desempleo, educación, sanidad,…-conquistados hace mucho tiempo por la clase trabajadora son erradicados a través de las decisiones del brazo político del capital. No hay libertad allá donde el empobrecimiento de millones de personas les arroja bajo el yugo del reino de la necesidad.
Estos nos lleva al fascismo tuvo un origen histórico en la Europa del siglo XX. Pero el fascismo no constituye específicamente un ‘problema alemán’ o europeo, sino que pone en juego tendencias presentes la en la sociedad en su conjunto y específicamente canaliza miedos atávicos de la clase media, miedo al desorden. Aprovecha los sentimientos de miedo y frustración colectiva para exacerbarlos mediante la violencia, la represión y la propaganda, y los desplaza contra un enemigo común real o imaginario, interior o exterior, que actúa de chivo expiatorio frente al que volcar toda la agresividad de forma irracional. En el código fascista, los hombres son superiores a las mujeres, los soldados a los civiles, los miembros del partido a los que no lo son, la propia nación a las demás, los fuertes a los débiles, y los vencedores en la guerra a los vencidos. El fascismo actual no es un régimen político sino social y opresor, es un instrumento ordenador, que se ancla sobre prejuicios hacia quienes se considera disolventes de lo establecido, y creencias de que en el mundo suceden cosas desenfrenadas y peligrosas. Para ellos el lugar de la mujer es básicamente el hogar, en el que debe desempeñar el papel de reproductora de la raza, la maternidad es un deber patriótico, atendiendo y sirviendo a su familia así como conservando y transmitiendo los valores de la cultura. Para ella, la vida debía limitarse a la esfera privada porque carecía de talento para la vida pública, para la creatividad o para la síntesis. El fascismo quiere a las mujeres dotadas por “naturaleza” de espíritu de sacrificio, modestia y resignación. Por eso hay que propugnar la lucha activa en todos los campos políticos, laborales, sociales de las mujeres, estos seria antifascismo. Hasta hace poco se decía que quien no ha vivido los momentos previos a la revolución no conoce la alegría de vivir. Más allá del idealismo que contiene el mensaje, lo dramático es que en ese contexto que ahora atisbamos, junto a solemnes declaraciones de anticapitalismo, poder popular y lucha de clases, reclamos capaces por sí solos de evocar escenarios transformadores, se olvide lo que ha sido la hoja de ruta del movimiento de los indignados, las mareas y las plataformas a los que ahora cortejan a ese voto, cuando en realidad, el posible votante ya no es una papeleta que se deposita en una urna, quiere ser parte activa en el proceso electoral y pos-electoral y que su opinión sea tenida en cuenta de manera decisoria. Los electores ya no son masas silenciosas que van a depositar la papeleta cada cuatro años, son parte integrante de la democracia. Hoy ese cambio ya se ha dado, no hay nada más que ver el divorcio existente entre el Gobierno del Estado y las masas de votantes.