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lunes, 23 de septiembre de 2013

ALEMANIA & ESPAÑA


Los partidos políticos gobernantes en Alemania son materialmente esclavos desde hace mucho tiempo de la clase empresarial y financiera que es quien de verdad marca el paso de la política en aquel país.  No se olvide que fueron los socialdemócratas quienes pusieron en marcha las reformas reaccionarias que han originado el gran incremento de la desigualdad y del deterioro actual de las clases trabajadoras alemanas, y es bien sabido que sus posiciones sobre Europa, el euro o la estrategia del Banco Central Europeo no difieren prácticamente en nada de las que mantiene la derecha más recalcitrante. Se engaña a los alemanes y los dirigentes alemanes están engañando a los ciudadanos europeos cuando se les dice que las políticas de austeridad son la mejor forma de salir adelante y que además son necesarias por la deuda de otros países, cuando Alemania la ha tenido siempre más elevada que muchos de ellos y cuando es una evidencia clamorosa que estas políticas empobrecen a toda Europa y, a la postre, a los propios trabajadores alemanes y cuando sólo están sirviendo para justificar la privatización y la desaparición de servicios públicos y derechos sociales. Se engaña a los alemanes y los dirigentes alemanes engañan a toda Europa cuando se les dice que la deuda que hay que reducir deriva de excesivo gasto público dedicado al bienestar social cuando en realidad procede de los intereses gigantescos que se pagan a los bancos privados al imponer un banco central en Europa que no lo es y que sólo sirve para apoyar y salvar a los bancos privados. La estrategia de la mentira triunfa, y desgraciadamente de forma muy particular en Alemania, gracias al poder inmenso que han acumulado las clases más ricas. La riqueza del 10% más rico de Alemania, por ejemplo, pasó del 45% del total en 1998 al 53% en 2008, la del 40% siguiente del 46% al 40% y la del 50% más pobre del 4% al 1%.
Y en España ¿que pasa en España?. En una situación de desempleo galopante y de mayor desigualdad social, que lleva a la miseria cada día a mayor número de personas, este gobierno de sátrapas, sube impuestos y tasas, baja salarios y elimina derechos, a la vez que recorta gastos en sanidad, educación, en desempleo, dependencia y servicios públicos esenciales para la ciudadanía. No contentos con todo —ya se veía venir la canallada—, recorta 33.000 millones de euros el capítulo de pensiones —que hará perder hasta el 28% del poder adquisitivo en los próximos 8 años—. Recorta en todo, menos en la casa real y defensa, ayudas a la banca y a la iglesia; sus más fervientes valedores, estamentos que van a lo suyo: poltrona, desfiles, ganar dinero y enmudecer conciencias.
El sueño ilustrado de un continente compendio de libertades, derechos sociales, solidaridad, progreso y democracia, que en teoría entrañaba el proyecto de la Unión Europa ha derivado en un auténtico colapso social. No solo se está conculcando la soberanía de los países miembros, sometidos a una dependencia hostil de organismos supraestatales. Además, al amparo de los rescates, ajustes y medidas de emergencia impuestas por la troika (FMI, UE y BCE) ha surgido una Europa de dos velocidades, el eterno conflicto norte-sur llevado ahora al corazón del primer mundo. En la cima están los pueblos prósperos, con futuro para disfrutar, y en la sima los deprimidos, con pasado para añorar. De nuevo aparecen los efectos más terribles de las guerras, con las lesivas secuelas en forma de desorbitadas indemnizaciones y compensaciones que imponen los vencedores a los derrotados. Hoy el mito del Estado de Bienestar ha dado paso a la realidad del Terrorismo de Estado(s). Terrorismo porque la criminal regresión social inoculada con la crisis no plasma más que el uso legítimo de la fuerza del Estado contra la propia población que le sufraga. Y “Estados”, en plural, porque en la Unión Europea a la que pertenecemos ya no existe un único gobierno soberano por país sino una subordinación de regímenes locales a instituciones-crones superiores (CE, BCE, FMI) cuyo poder e influencia se ejerce en la irresponsabilidad de la larga distancia.