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lunes, 6 de enero de 2014

SALARIO MINIMO Y OTRAS BAGATELAS

Si algo está quedando claro como balance sobre la Gran Recesión que sufre el mundo occidental desde 2008 es que en esta dramática ocasión el Estado no es neutral sino un factor coyuntural de parte. El Poder Económico que cebó la crisis está ganando la batalla porque desde las instancias políticas oficiales no se ha hecho nada para combatirlo. Y también porque las nuevas formas de autoorganización surgidas espontáneamente de abajo-arriba están siendo saboteadas desde las mismas instituciones que en teoría deberían velar por el bienestar general. Ahora bien, la derrota será histórica, sin paliativos, si ante estas evidencias devastadoras seguimos empeñados en una hermenéutica de los hechos que no se corresponde con la realidad empírica. Faltos de diagnóstico, lo terrible sería que de nuevo insistiéramos en alternativas convencionales cuando lo que nos pasa es que aún no sabemos qué nos pasa . Estamos, pues, ante una fase del capitalismo que hay que calificar con toda justicia también de Capitalismo de Estado. No entenderlo así podría empañar la comprensión de la complejidad que arrastra en su seno la crisis presente y la amplitud del movimiento de dominación que representa. El término “neoliberalismo” fue usado por primero vez en 1938 por Alexander Rüstow para identificar a la nueva economía que se pretendía continuadora de la liberal, centrada en el mercado autorregulado y el laissez-faire en un marco formal de derechos y libertades individuales. Y fue Friedrich Pollock, economista, sociólogo y filósofo destacado de la Escuela de Frankfurt, quien teorizó la aparición del Capitalismo de Estado como clave de la fase postliberal. Ambos entendían sus opciones como elementos de análisis válidos para entender el sistema económico salido de la Gran Depresión de 1929. Casi un siglo después, la enseñanza de la crisis del 2008 parece indicar que hay más de lo que sostenía Pollock que de lo pronosticó Rüstow. El mundo que heredamos de esta Gran Recesión está dejando atrás la democracia a pasos agigantados.
El Instituto Nacional de Estadística define el umbral de pobreza en términos relativos, utilizando la metodología común de Eurostat: están en riesgo de pobreza las personas que tienen unos ingresos netos por debajo del 60 % de la media de los ingresos del conjunto del país. En España, el INE define el umbral de pobreza en 7.355 euros anuales para un hogar con un adulto y en 11.032 si conviven dos personas. Como el salario mínimo neto es de 8.460 euros al año, una persona que lo cobre y viva sola está solo un poco por encima del umbral. Pero si convive con otra persona sin ingresos ya se colocan por debajo. Más allá de la estadística, la realidad que nos rodea evidencia que es imposible vivir con dignidad cobrando el salario mínimo. En España, una persona con unos ingresos de 8.460 euros no puede vivir dignamente: no puede ser independiente, pagar un alquiler y los gastos corrientes de la vivienda, alimentarse, pagar el transporte o el teléfono, es decir, cubrir el mínimo vital. La baja cuantía del SMI condena a la persona que lo cobre a ser una trabajadora o trabajador pobre, sin posibilidad de desarrollar una vida digna en el aspecto material. La importancia del SMI va mucho más allá del número oficial de personas que lo cobran, porque es una referencia (el suelo) en la negociación de muchos convenios colectivos, en especial de los sectores más precarizados y con mayores dificultades de negociación. Y, sobre todo, es la red de protección de las personas asalariadas que no están amparadas por un convenio colectivo. España es la quinta economía de la UE y la cuarta de la zona euro, . Pero no en la cuantía del salario mínimo interprofesional, porque en la UE estamos en los últimos lugares entre los países que tienen fijada la retribución mínima por ley. Los datos de Eurostat para el 2013 nos colocan, de los nueve países de la UE-15 que tienen SMI, solo por delante de Portugal y Grecia y muy alejados de los países centrales.