Hoy
con la situación que estamos padeciendo en Europa se impone la idea
de una revolución. Porque si partimos de que la revolución tiene
como fin instaurar formas de gobierno acordes con la dignidad humana
veremos que todas las grandes revoluciones que conocemos terminaron
en fracaso. Las que no fueron derrotadas por el poder establecido
acabaron imponiendo tiranías. Pero en uno y otro caso la revolución
fracasó.
De
entre las pacíficas, se me ocurre pensar en la más antigua de las
habidas en los últimos veinte siglos, el cristianismo. Una forma de
vida utópica donde las haya que arrancó del cuestionamiento que
Jesús de Nazaret hizo de las leyes que oprimían al pueblo judío y
de la conducta de quienes las manejaban. Era una revolución
pacífica, pero con auténticos principios revolucionarios:
fraternidad (ama tu prójimo como a ti mismo); igualdad (no llames a
nadie padre o maestro; nadie por encima de nadie; los últimos serán
los primeros); libertad (no se hizo el hombre para la ley sino la ley
para el hombre). Ya se entiende que eso no podía ser aceptado por
quienes ejercían el poder, así que asesinaron a su lider. Entre las
que se fraguaron con violencia me vienen a la mente la francesa y la
rusa. Ninguna de ellas pudo imponer sus ideales de forma perdurable,
pues ambas sucumbieron a su propia dinámica destructora. La
revolución es incompatible con el poder. El poder, una vez
establecido, deja de ser revolucionario para convertirse en tiránico.
El poder es nefasto, lo ejerza quien lo ejerza. Sucumbe a sí mismo.
Luego debe ser contestado sin tregua ni descanso. No para apostar por
el desgobierno sino para construir un sistema de gobierno en el cual
sea el pueblo gobernado quien de verdad tenga y ejerza el poder.
Difícil, porque el ser humano es gregario y fácilmente manipulable,
pero no imposible. Es una gran tarea de pedagogía que convoca a toda
la población consciente. Esto no es un alegato contrarevolucionario,
nada más lejos de la intención de quien esto escribe. Pero sí como
una invitación a cuestionar la forma “tradicional” de entender
la revolución. Las revoluciones hacen treguas, pero no mueren. El
espíritu que impulsó las grandes revoluciones de la historia sigue
vivo y se materializa en momentos y lugares diversos. Mucha es la
violencia que ha desatado el poder sobre el afán de libertad y de
justicia, pero no lo ha erradicado ni lo erradicará jamás. El poder
religioso apela a Dios, a la moral, a las buenas costumbres... El
político al orden, a la ley, a la justicia, al bien común... Pero
todos parten de lo alto. Todas dicen cómo tiene que comportarse el
pueblo oprimido. Ninguno escucha a ese pueblo que es voz y espejo de
la naturaleza que lo creó. Luego siempre encontrarán esos poderes
quien se les oponga desde el lado de los oprimidos. El afán de
libertad que conlleva la naturaleza humana supera todas las
violencias. Existen relalidades que por necesidad de los oprimidos,
impulsan la revolución, he aquí alguna de ellas. Europa posee más
de 11 millones de viviendas vacías, el doble de espacio para
albergar a las casi 4 millones de personas sin techo que hay en el
continente, en España dos años de reforma laboral se han destruido
más de 1.354.700 empleos, politicas migratoria contra los seres
humanos, leyes denigrantes conta la educación, sanidad, millones de
familias sin derechos a una renta basica y sin ningun tipo de
ingresos, ancian@s abocados a la
mendicidad, leyes de seguridad ciudadanas al más puro estilo del
fascio, etc...
Si
la revolución consiste en librar al pueblo de las cadenas que lo
esclavizan, no podemos esperar que esa liberación venga de quienes
lo mantienen amarrado. Tampoco de quienes por encima de todo imponen
su voluntad. No. La liberación tan sólo puede llegar a través del
deseo y el esfuerzo del pueblo oprimido por librarse. La libertad, la
igualdad y la fraternidad verdaderas solamente llegarán si el pueblo
toma conciencia de ellas y se empeña en ponerlas en el primer plano
de la vida colectiva y privada. Y eso solo se logrará mediante el
debate abierto, la toma de conciencia y la lucha. Entre ella. LA
LUCHA DE CLASES. UNA LUCHA CLARA, DECIDIDA Y PERMANENTE