En la “batalla de las ideas” que subyace a las
manifestaciones callejeras y a las campañas electorales se va colando cada vez
más un discurso relativo a lo “común”, a lo colectivo, a una democracia real y
profunda que no abarque sólo formas de gestión política participativa de lo que
ya hay, sino también el desarrollo de estructuras de transición hacia una
sociedad profundamente transformada, que tome a lo común como su centro.
Se
trata de una discusión sobre las instituciones comunes. Pero sobre las
instituciones en un sentido más sociológico y amplio que el restrictivo que las
identifica con el aparato del Estado capitalista y sus formas de
funcionamiento. Es aquí donde aparecen las “instituciones de lo común” como
posibilidad práctica y como apuesta conceptual. Las instituciones que permiten
la gestión del espacio colectivo, de los recursos de todos, de la vida
compartida, partiendo de la base de un protagonismo popular efectivo y de una
participación igualitaria y dinámica. El armazón posible de una alternativa pos
capitalista basada en la afirmación de la cooperación frente al mando, y del
cuidado de la vida y la atención a su naturaleza basada en la interdependencia,
frente a la acumulación antisocial del plus valor.
El caso es que la
Historia siempre se repite. Y Marx llevaba razón cuando decía que primero es tragedia
y luego comedia. Ahora toca lo intermedio: la tragicomedia. Intermedio es la
palabra que mejor expresa el estado actual de las posturas políticas en este
país tan conservador como extremista, tan melindroso como timorato; tan machista
y violento como sumiso; tan ampliamente primitivo como minoritariamente refinado;
tan falsamente religioso como descreído. Es un país difícil, ya se ve. Y además
ignorante y fácilmente manipulable. Por eso es difícil aquí hacer política al
servicio de los más castigados por la crisis y los desahucios. Existe en España
una vieja tendencia a la hipocresía, una resistencia antigua, rancia y poco propensa
a decantarse abiertamente por una opción clara, seguramente como parte de la
memoria colectiva subterránea de las gentes de aquí tan duramente castigada
históricamente por inquisidores, caciques y fascistas. Hasta hoy, que tenemos a
los herederos del antiguo régimen sentados en sus poltronas. Por eso en nuestro
querido país es casi imposible para
muchos decidirse a tomar partido sin antes haber medido las fuerzas de los
contrarios por si luego hay que pagar por la insolencia. Y es que nuestra memoria colectiva es rica en
vergonzosas muestras de revanchismo y desprecio hasta estos días en que corren
vientos de posibles nuevas elecciones entre la vieja y la nueva España. Esta
sería una especie de radiografía infra política, pero podemos elevar nuestra
mirada en busca de más amplios horizontes. Esto obliga a limitar las
aspiraciones de los que sueñan con cambiar el rumbo neoliberal de este país y
conducirlo a mejores puertos. Unos,” los de abajo”, pero no mayoría en estado
de conciencia social, están hartos de ser explotados, expropiados,
desahuciados, empobrecidos, ignorados, despreciados, desoídos, expulsados de
trabajos u obligados a emigrar. Y quieren cambios profundos que les alivien de
esta situación. Hay una excepción: la de los viejos. Y es que este es un país
dominado por los viejos. Ideas viejas y ancianos medrosos, pobres, sin relieve social
y enfermos. Porque aquí vejez aquí no es sinónimo de sabiduría ni salud mental
sino de miedo, ignorancia y cerrazón intelectual. Todo un símbolo nacional que
tiene amplia representación parlamentaria. Los otros los de arriba que son una minoría
social, pero mayoría en votantes sordiciegos como el gobierno (aunque sea en
funciones) no ves más allá de sus narices o del Ibex 35 desoyendo las voces de
un pueblo. Y sus votantes incondicionales porque en el fondo de su ser
quisieran ocupar el lugar que ellos ocupan. Así le va a este conglomerado de
las Nacionalidades Ibéricas (léase España)
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