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sábado, 23 de julio de 2016

LOS UNOS Y LOS OTROS

 En la “batalla de las ideas” que subyace a las manifestaciones callejeras y a las campañas electorales se va colando cada vez más un discurso relativo a lo “común”, a lo colectivo, a una democracia real y profunda que no abarque sólo formas de gestión política participativa de lo que ya hay, sino también el desarrollo de estructuras de transición hacia una sociedad profundamente transformada, que tome a lo común como su centro. Se trata de una discusión sobre las instituciones comunes. Pero sobre las instituciones en un sentido más sociológico y amplio que el restrictivo que las identifica con el aparato del Estado capitalista y sus formas de funcionamiento. Es aquí donde aparecen las “instituciones de lo común” como posibilidad práctica y como apuesta conceptual. Las instituciones que permiten la gestión del espacio colectivo, de los recursos de todos, de la vida compartida, partiendo de la base de un protagonismo popular efectivo y de una participación igualitaria y dinámica. El armazón posible de una alternativa pos capitalista basada en la afirmación de la cooperación frente al mando, y del cuidado de la vida y la atención a su naturaleza basada en la interdependencia, frente a la acumulación antisocial del plus valor.
El caso es que la Historia siempre se repite. Y Marx llevaba razón cuando decía que primero es tragedia y luego comedia. Ahora toca lo intermedio: la tragicomedia. Intermedio es la palabra que mejor expresa el estado actual de las posturas políticas en este país tan conservador como extremista, tan melindroso como timorato; tan machista y violento como sumiso; tan ampliamente primitivo como minoritariamente refinado; tan falsamente religioso como descreído. Es un país difícil, ya se ve. Y además ignorante y fácilmente manipulable. Por eso es difícil aquí hacer política al servicio de los más castigados por la crisis y los desahucios. Existe en España una vieja tendencia a la hipocresía, una resistencia antigua, rancia y poco propensa a decantarse abiertamente por una opción clara, seguramente como parte de la memoria colectiva subterránea de las gentes de aquí tan duramente castigada históricamente por inquisidores, caciques y fascistas. Hasta hoy, que tenemos a los herederos del antiguo régimen sentados en sus poltronas. Por eso en nuestro querido país   es casi imposible para muchos decidirse a tomar partido sin antes haber medido las fuerzas de los contrarios por si luego hay que pagar por la insolencia.  Y es que nuestra memoria colectiva es rica en vergonzosas muestras de revanchismo y desprecio hasta estos días en que corren vientos de posibles nuevas elecciones entre la vieja y la nueva España. Esta sería una especie de radiografía infra política, pero podemos elevar nuestra mirada en busca de más amplios horizontes. Esto obliga a limitar las aspiraciones de los que sueñan con cambiar el rumbo neoliberal de este país y conducirlo a mejores puertos. Unos,” los de abajo”, pero no mayoría en estado de conciencia social, están hartos de ser explotados, expropiados, desahuciados, empobrecidos, ignorados, despreciados, desoídos, expulsados de trabajos u obligados a emigrar. Y quieren cambios profundos que les alivien de esta situación. Hay una excepción: la de los viejos. Y es que este es un país dominado por los viejos. Ideas viejas y ancianos medrosos, pobres, sin relieve social y enfermos. Porque aquí vejez aquí no es sinónimo de sabiduría ni salud mental sino de miedo, ignorancia y cerrazón intelectual. Todo un símbolo nacional que tiene amplia representación parlamentaria. Los otros los de arriba que son una minoría social, pero mayoría en votantes sordiciegos como el gobierno (aunque sea en funciones) no ves más allá de sus narices o del Ibex 35 desoyendo las voces de un pueblo. Y sus votantes incondicionales porque en el fondo de su ser quisieran ocupar el lugar que ellos ocupan. Así le va a este conglomerado de las Nacionalidades Ibéricas (léase España)