Asambleas
del 15M, movilizaciones de Indignados, asambleas barriales, luchas locales,
manifestaciones sindicales como mineros, e incluso reivindicaciones
nacionalistas catalanas. Este punto temporal de indignación provocó lo que
antes parecía imposible, un gran rasguño en la hegemonía bipartidista. El
nacimiento de Podemos a inicios de 2014 y su buen resultado de 5 escaños en las
elecciones europeas en mayo del mismo año (no sólo por el contexto social sino
también por su buena estrategia comunicativa), puso en alerta al bipartidismo
hegemónico PP y PSOE. La alerta se hizo más evidente con los buenos resultados
de Podemos y las confluencias “Municipios del Cambio” en las elecciones locales
de mayo de 2015. Victorias en las dos ciudades más pobladas, Barcelona y
Madrid, entre otras. Muchos de los indignados contra la clase política veían
esto como la alternativa electoral para cambiar la política económica. Las
elecciones Generales de diciembre de 2015 serían las primeras elecciones que
pondrían en el punto de mira al bipartidismo PP y PSOE. Y así fue, pero no hubo
disparo. El bipartidismo tuvo su peor resultado de la historia con la suma de
213 diputados (123 PP y 90 PSOE), es decir, 50,72% de los votos y 59,1% del
total de diputados, pero Podemos no consiguió romper con el orden establecido y
aleatorio entre PP y PSOE como las dos primeras fuerzas. Aun así, Podemos hizo
historia y consiguió 69 diputados, más de 5 millones de votos. Podemos a pesar
de los ataques mediáticos contra sus líderes, desde si tenían financiación de
la República islámica de Irán o de la República Bolivariana de Venezuela, o que
Monedero y Errejón cometieron negligencias administrativas, consiguió situarse
como la tercera fuerza en tan poco tiempo y con números que nunca antes ninguna
fuerza política había conseguido. Las históricas segundas Elecciones Generales
en junio de 2016. La participación electoral bajó el 3,2% y los dos partidos
más perjudicados fueron Unidos Podemos (que presentó candidatura conjunta con
Izquierda Unida) y Ciudadanos, es decir, la etiquetada “nueva política”. El
bipartidismo renacía, golpeado, pero renacía, siendo el gran triunfador el PP
al pasar de 123 a 137 diputados. Y el PSOE aun perdiendo 5 escaños no era desbancado
de la segunda posición frente a Podemos, el llamado “sorpasso”, como muchas
encuestas electorales dijeron días antes. Esta vez si que se animó Rajoy a
presentarse a la investidura. Al igual que Pedro Sánchez pactó sólo con la
nueva derecha del Régimen, Ciudadanos, y la diputada dócil de Coalición
Canaria. Rajoy tenía la misma jugada que Sánchez y la historia se repitió. La
investidura fracasó por 170 contra 180 votos
Desde
un punto de vista histórico esta es, de alguna manera, la diferencia que hacían
en la II Internacional entre el Programa Mínimo, de las reivindicaciones
sociales, y el Programa Máximo, es decir, el socialismo. Digo “de alguna
manera”, porque hoy el Programa Mínimo sigue siendo más o menos igual, pero el
Máximo ya no es ni tan siquiera el socialismo “en los días de fiesta”, sino la
mera “radicalización de la democracia”. Sin embargo, la lógica sigue igual: lo
que interesa a la gente no son las “grandes cuestiones” políticas, sino los
aspectos particulares, sociales, de la lucha... No
nos confundamos, la población trabajadora no tiene tiempo, desgraciadamente,
para estudiar las contradicciones sociales y sus vías de solución, las vive, y
aprende en su práctica cotidiana, con su lucha. La movilización,
inexcusablemente, nace de las y en las necesidades sociales insatisfechas por
el poder del capital; es tarea de los que se dicen “organizados” no caer en el
paternalismo de considerar que sólo por eso, no quieren hablar de política. Al
revés, es preciso que desde la lucha cotidiana, a partir de la autoorganización
obrera y popular, dar la palabra a la gente trabajadora en todas las ocasiones.