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lunes, 26 de abril de 2010

UTOPIA

La utopía como un ideal regulador, como una hipótesis de trabajo, como una ilusión natural. Un mundo futuro en el que la persona sea el centro de todas las cosas, sin clases, sin poder, sin propiedad, sin explotación, el renacer de la utopía se puede determinar en esta época que vivimos. Se viene produciendo desde el inicio de la década actual. Y los motivos de este renacimiento son básicamente tres: la agudización del malestar que ha producido en todo el mundo el capitalismo salvaje, eso que se suele llamar globalización neoliberal; la comprobación de que el mundo que ha salido de ahí (el mundo de la guerra y del expolio permanente, de la crisis ecológica global y del aumento de las desigualdades) es un escándalo moral; y la sensación de que otro mundo es posible, de que pensando y luchando con los oprimidos y humillados puede haber alternativas. El Estado del bienestar es una utopía capitalista que resultó negativa en cuanto se empezó a pensar ese Estado globalmente. Para la mayoría de la población mundial lo que los ideólogos llaman Estado del bienestar es, en realidad, un estado generalizado de malestar. El Estado del bienestar generalizado es una imposibilidad material bajo el capitalismo, por razones económicas, sociales, ecológicas y culturales.
¿La utopía deja de ser idea para convertirse, no sólo en posible, sino en inevitable con el marxismo?. Lo que los clásicos del marxismo creyeron ver es que había llegado la hora de hacer realizables las ilusiones emancipadoras de los de abajo. Por eso dijeron que la tarea del socialismo era pasar de la utopía a la ciencia. Tenían una confianza ilimitada en la ciencia. Y eso acabó en cientificismo. Pero el cientificismo es la negación de la tensión moral que siempre acompaña al espíritu utópico. La ciencia ayuda a construir un mundo mejor, pero no lo es todo. En el mundo de los humanos hay muy pocas cosas inevitables. Así que el marxismo, que ha hecho mucho por pasar de lo posible a lo realizable, también necesita autocontención en esas cosas. La paradoja de la historia del último siglo es que aspirando a una sociedad sin Estado se han construido Estados que han acabado destruyendo lo que de civilidad había en la sociedad. Eso lo han visto muy bien los tópicos del siglo XX. Habría que aprender esa lección. También la utopía ha perdido la inocencia con la que nació en Europa en la época moderna. El poder suele seguir dos estrategias que acaban resultando complementarias: por una parte, deshonra la palabra ‘utopía’, como dices; y, por otra, te da cínicamente palmaditas en el hombro si te declaras utópico y dejas para las calendas griegas la aproximación al otro mundo que propugnas. Lo primero da miedo y lo segundo apoca. Pero, a pesar de eso, y a diferencia de lo que ocurría hace un par de décadas, cada día se oye a más jóvenes utilizar el término ‘utopía’ en un sentido positivo. Pues una de las cosas más serias que podemos hacer ahora es precisamente impedir que el poder se quede con las grandes palabras de las tradiciones de liberación, y las deshonre. La lucha por el sentido de las palabras es parte de la lucha social. Y recuperar el buen sentido de la palabra ’utopía’ merece esa lucha.