Si
algo está quedando claro como balance sobre la Gran Recesión que
sufre el mundo occidental desde 2008 es que en esta dramática
ocasión el Estado no es neutral sino un factor coyuntural de parte.
El Poder Económico que cebó la crisis está ganando la batalla
porque desde las instancias políticas oficiales no se ha hecho nada
para combatirlo. Y también porque las nuevas formas de
autoorganización surgidas espontáneamente de abajo-arriba están
siendo saboteadas desde las mismas instituciones que en teoría
deberían velar por el bienestar general. Ahora bien, la derrota será
histórica, sin paliativos, si ante estas evidencias devastadoras
seguimos empeñados en una hermenéutica de los hechos que no se
corresponde con la realidad empírica. Faltos de diagnóstico, lo
terrible sería que de nuevo insistiéramos en alternativas
convencionales cuando lo que nos pasa es que aún no sabemos qué nos
pasa
. Estamos,
pues, ante una fase del capitalismo que hay que calificar con toda
justicia también de Capitalismo de Estado. No entenderlo así podría
empañar la comprensión de la complejidad que arrastra en su seno la
crisis presente y la amplitud del movimiento de dominación que
representa.
El
término “neoliberalismo” fue usado por primero vez en 1938 por
Alexander Rüstow para identificar a la nueva economía que se
pretendía continuadora de la liberal, centrada en el mercado
autorregulado y el laissez-faire en un marco formal de derechos y
libertades individuales. Y fue Friedrich Pollock, economista,
sociólogo y filósofo destacado de la Escuela de Frankfurt, quien
teorizó la aparición del Capitalismo de Estado como clave de la
fase postliberal. Ambos entendían sus opciones como elementos de
análisis válidos para entender el sistema económico salido de la
Gran Depresión de 1929. Casi un siglo después, la enseñanza de la
crisis del 2008 parece indicar que hay más de lo que sostenía
Pollock que de lo pronosticó Rüstow. El mundo que heredamos de esta
Gran Recesión está dejando atrás la democracia a pasos
agigantados.
El
Instituto Nacional de Estadística define el umbral de pobreza en
términos relativos, utilizando la metodología común de Eurostat:
están en riesgo de pobreza las personas que tienen unos ingresos
netos por debajo del 60 % de la media de los ingresos del conjunto
del país. En España, el INE define el umbral de pobreza en 7.355
euros anuales para un hogar con un adulto y en 11.032 si conviven dos
personas. Como el salario mínimo neto es de 8.460 euros al año, una
persona que lo cobre y viva sola está solo un poco por encima del
umbral. Pero si convive con otra persona sin ingresos ya se colocan
por debajo. Más allá de la estadística, la realidad que nos rodea
evidencia que es imposible vivir con dignidad cobrando el salario
mínimo. En España, una persona con unos ingresos de 8.460 euros no
puede vivir dignamente: no puede ser independiente, pagar un alquiler
y los gastos corrientes de la vivienda, alimentarse, pagar el
transporte o el teléfono, es decir, cubrir el mínimo vital. La baja
cuantía del SMI condena a la persona que lo cobre a ser una
trabajadora o trabajador pobre, sin posibilidad de desarrollar una
vida digna en el aspecto material. La importancia del SMI va mucho
más allá del número oficial de personas que lo cobran, porque es
una referencia (el suelo) en la negociación de muchos convenios
colectivos, en especial de los sectores más precarizados y con
mayores dificultades de negociación. Y, sobre todo, es la red de
protección de las personas asalariadas que no están amparadas por
un convenio colectivo. España es la quinta economía de la UE y la
cuarta de la zona euro, . Pero no en la cuantía del salario mínimo
interprofesional, porque en la UE estamos en los últimos lugares
entre los países que tienen fijada la retribución mínima por ley.
Los datos de Eurostat para el 2013 nos colocan, de los nueve países
de la UE-15 que tienen SMI, solo por delante de Portugal y Grecia y
muy alejados de los países centrales.