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lunes, 15 de noviembre de 2010

PUEBLO

El hecho de que un pueblo, diezmado por el hambre y las enfermedades, aterrorizado ante el futuro incierto que le espera y sin posibilidades de concebir una mejoría en su forma de vida, haya tenido que emigrar a países limítrofes, que generosamente le han acogido, le hayan dado trabajo, vivienda, educación para sus hijos, atención médica y respeto a su dignidad como seres humanos, habla por sí solo de la bajísima calidad de sus gobernantes. Si la dirección que ha tomado el sistema que nos incluye fuese destructiva, como parece indicarnos la experiencia cotidiana, ¿qué podemos hacer para modificarla? Pregunta difícil de responder. Más aún hoy, cuando ese sistema ya no es local sino global: ya no se trata de un país o de una región sino que del mundo entero.

Esta no es la primera vez que el ser humano se encuentra en una encrucijada histórica parecida, esto ha sucedido muchas veces antes. Diferentes civilizaciones fueron reemplazadas, unas por otras. Lo distinto está en que ahora no hay una civilización afuera de la crisis que pueda dar las respuestas necesarias. En un mundo globalizado no hay nadie “afuera” de esa crisis. Entonces, la respuesta no vendrá de afuera, ni tampoco podrá venir de ciertos líderes iluminados que la impongan desde arriba a las poblaciones; en una época de mundialización, la respuesta necesariamente la deberán encontrar los pueblos en su conjunto, como verdaderos protagonistas de la historia. La democracia se sustenta en el equilibrio de poderes y en el contrapeso que establece una sociedad civil fuerte y organizada para limitar al Estado y al paraestado y controlar su funcionamiento. Cuando un poder queda fuera de control porque no existen contrapoderes que lo regulen, el equilibrio se rompe y el sistema democrático se distorsiona completamente adquiriendo un carácter puramente formal, ya que las decisiones que estaban en manos del pueblo en su conjunto pasan a radicarse en ese poder desbocado en manos de una minoría. Este es el caso del poder económico.

Hoy la revolución es, antes que nada, un acto de conciencia. Las comunidades se verán enfrentadas al desafío de crear nuevas formas de organización en la base social. Será necesario encontrar un nuevo tipo de organización, mucho más flexible y capaz de responder dinámicamente a los esfuerzos que le exigirá la situación de inestabilidad social generalizada. Estoy seguro de que esas nuevas orgánicas estarán muy lejos de la morfología piramidal y jerárquica.