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sábado, 13 de julio de 2013

OBRER@S

Como iban a ser obrer@s, si vivían como pequeño burgueses, si tenían acceso al duplex, al adosado, a las vacaciones y, por encima, tenían una seguridad social de cierta calidad, sus hijos iban a la universidad publica, y sus mayores tenían pensiones “decentes” y centros de día. Eso no era ser obrero, asociado toda la vida a pobre; a los que se ven en los cines o en las fotos de los años 30 o los 50. ¡No podía ser, ellos no eran obreros, eran “clase media”!. En un rizar el rizo de la alienación, los años 90 y comienzos del siglo XXI vieron como los asalariad@s se negaban a sí mismos. La inmensa mayoría de ellos negaba su condición de trabajadores asalariados, de obreros, repitiendo el tiempo que fichaban en la entrada de la empresa que no eran obreros/las, que eran “clase media”.Era una realidad inaudita ver la gente que vivía de su salario, que hipotecaba su vida para conseguir una vivienda, negar lo que eran. Todos constituyen el proletariado industrial, es decir aquellos asalariados/as que con su trabajo modifican el producto original (sea materia prima o no) aportándoles en ese proceso el tiempo de trabajo necesario para su producción (trabajo abstracto). Construya lo que construya, elabore lo que elabore, sea un producto material como un coche, un barco o la transformación de bauxita en aluminio, sea un producto inmaterial como un software, una aplicación informática, una serie de TV o una película (aunque todos ellos tengan un soporte material, un hardware donde se incorporan), es proletariado industrial en su acepción mas tradicional. Con su trabajo modifica el uso de la mercancía original de tal manera que el consumo de la fuerza de trabajo produce un excedente económico, incorporado a cada mercancía en particular (trabajo concreto). Este tiempo de trabajo incorporado en el cambio en el valor de uso, la plusvalía, adquiere su forma dineraria en el mercado, en la venta de la mercancía en la competencia con otros productores de mercancías. A través del incremento de la productividad del trabajo se determinara el valor de la mercancía fuerza de trabajo. Nos hicieron creer que estábamos todos empeñados en un mismo esfuerzo, el de vivir cada día mejor. Como si para eso no hubiese quien tuviese que vivir cada día peor. Como si el bien de unos no se afianzase en el mal de otros. Extracciones a cielo abierto, pesca intensiva, monocultivos, desforestación, maquilas, agro negocio, tierras arruinadas, pueblos empobrecidos... Tan solo ganancias o pérdidas, todo mesurado desde una perspectiva financiera, con ignorancia expresa del costo humano y ecológico de todo ese modo de hacer. Pero ¿quien sufre las consecuencias de esa disparatada forma de pensar y actuar? ¿Quien paga el costo? Es fácil ignorarlo, puesto que los principales medios de difusión no nos informan de ello, sino que se ocupan de distraernos a la par que de desinformarnos.
Destruir la conciencia de clase ha costado poco esfuerzo a los opresores. Consumismo, confort, apariencia de riqueza... Hemos sido sin siquiera apercibirnos de ello la principal fuente de su poder. Recuperar ahora esa conciencia va a costar lo suyo. Quizá se tarde años. Hemos destruido la conciencia social y ahora no sabemos como empezar a poner las piedras para construirla de nuevo. Mal lo tenemos si no lo logramos, porque el ser humano para subsistir necesita ir codo a codo con sus hermanos. Todos somos “clase media”. La manía del capitalismo de reducir los salarios, destruir las conquistas laborales de años de lucha, como las vacaciones, la jornada, etc., para recuperar la productividad demuestra cuanta razón tenía Marx cuando establecía como una de las fuerzas contrarrestantes a las crisis del capitalismo la reducción del valor de la fuerza de trabajo. Es hora de volver a actuar en consecuencia, es la hora de recuperar nuestra conciencia de clase.