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jueves, 3 de julio de 2014

GOLPE DE MANO

Hablar a la ligera de “elección directa” para hacer ejecutiva la lista minoritariamente más votada, en un sistema político proporcional, donde además es olímpicamente in-elegido el máximo representante del Estado, con carácter vitalicio y hereditario, es una broma de mal gusto que revela a las claras la patología de la democracia existente. El resultado de las elecciones europeas del 25M ha hecho saltar todas las alarmas. Por primera vez desde el inicio de la transición, los dos partidos pilares del sistema, conservadores y socialdemócratas, no alcanzan a representar a la mitad del electorado. Su legitimidad está en entredicho. De ahí la ristra de abdicaciones, coronaciones y apresurados recambios entre las estructuras que soportan el statu quo. Todos los indicadores señalan que lo peor para quienes durante estos últimos 36 años han detentado la hegemonía puede estar por llegar. El miedo se masca en los altos despachos del régimen. Y si sus fechorías no lo remedían, el 2015 pronostica su San Martín. La apresurada modificación de la Ley Electoral y la Ley de Bases de Régimen Local a punto de perpetrar por el ejecutivo para que en los ayuntamientos y autonomías gobierne la lista más votada. De esta manera creen poder evitar que la suma de las formaciones políticas de base, surgidas al calor de los movimientos sociales y el activismo ciudadano, arrase en los próximos comicios locales y autonómicos, como ya advierten varios sondeos, públicos y clandestinos. Una victoria sobre del duopolio dinástico imperante en las ciudades arrojaría una foto muy parecida al resultado del 14 de abril de 1931, cuando España se acostó monárquica y se levantó republicana. Esa es la prima de riesgo que el poder vigente no está dispuesto a pagar. Primar a la lista más votada permitiría monopolizar ayuntamientos por partidos políticos que no cuentan con más de un 30 por 100 del electorado, el ratio promedio obtenido en las últimas elecciones para los dos partidos del duopolio dinástico.
El apaño, aparte de su evidente oportunismo, no deja de tener aristas difíciles de vadear. Salvo que semejante condensación del escrutinio lleve además aparejado una abusiva redistribución de los escaños en la misma dirección, haciendo de las elecciones una especie de monopoly en el que el ganador se lo lleva todo. Porque existe el problema de la moción de censura, que forma parte de las prácticas parlamentarias indeclinables. Gracias a esa herramienta a disposición de los grupos minoritarios en la oposición, en las cámaras se evitan tentaciones totalitarias o despóticas que hagan de la gestión gubernamental un ordeno y mando. Ellos quieren que la participación institucional de la disidencia, desde arriba y en vertical, suponga la integración ex post en el sistema. La ciudadania por el contrario, debe superar el ámbito de la simple anomalía y poner los medios que para que la movilización, desde abajo y en horizontal, entrañe la ruptura con el “statu quo”. Una simple ecuación de medios y fines. De ética política y de prácticas democráticas.