La
recurrencia keynesiana al Estado como elemento fáctico de lo público
(en realidad lo público estatal, no lo común) trajo añadido la
entronización del Estado en el botiquín ideológico de la izquierda
socialdemócrata. En conclusión, se evitó el colapso y logró que
la acumulación de capital siguiera su curso urbi
et orbi, inaugurando
una larga etapa de culto al Estado por parte de la sociedad . Este
cambio se concretaría en la “buena prensa” que el término
tendría en lo sucesivo para la izquierda alternativa (aunque en
realidad a la larga ese sería el señuelo que serviría para su
integración en las instituciones que pretendía transformar) y en un
común denominador para políticos de derecha e izquierda que
buscaban la excelencia pública en su talla como “hombres de
Estado”. Y de aquellos vientos proceden en parte estas tempestades.
De nuevo hoy, el maltrecho capitalismo financiero global, pillado en
otra de esas crisis propias de su mala salud de hierro (hablar de
“ciclos” es naturalizar, como si se tratara de un terremoto, algo
que es histórico, fruto de la acción humana contingente, voluntad
de dominio), descubre los efectos cauterizantes. Los penosos ajustes
y recortes, dolósamente denominadas políticas de austeridad (otra
vez el lenguaje orweliano al servicio del poder), con que se intenta
garantizar la acumulación capitalista a costa del expolio social se
ejecutan desde el Estado, siguiendo aquella pauta higienista
consistente en que la causa de determinados síntomas puede curar
esos mismos síntomas con dosis controladas.
El
desmantelamiento de la banca pública entra en franca contradicción
con las funciones que ahora se plantea el Estado con motivo de la
crisis. Tras tanto adelgazar al Estado y engordar los negocios
privados, el volumen y los riesgos de estos crecen a un ritmo muy
superior al de los recursos públicos. Por ejemplo, si en 1995 el
importe de los créditos doblaba al de los ingresos fiscales del
Estado, en 2007 lo quintuplica, con lo que son cada vez más
limitados los recursos públicos en comparación con los privados.
Durante la crisis bancaria vivida entre 1977 y 1985, el saneamiento
de las entidades financieras españolas exigió al Estado ayudas
billonarias en pesetas y la crisis actual va camino de exigirlas en
euros
Según
cuentan en los telediarios (aviso importante: aconsejo a todo el
mundo no ver los telediarios, está ampliamente demostrado que sus
mentiras y sus manipulaciones producen diarrea mental), la prima de
riesgo ha bajado tanto que ya no es un problema para la economía
española. Y es que según esos mismos telediarios, Rajoy y su equipo
están haciendo sus deberes, los que le ha impuesto la UE, el FMI y
el BCE, con tan buena caligrafía que los mercados, ahora sí,
empiezan a confiar en sus reformas y en sus recortes. Qué chico tan
obediente, este Rajoy. Lástima que la realidad sea terca como una
mula y se empeñe en demostrar lo contrario. Porque los datos
económicos (los del gobierno, por supuesto) y los pesos pesados del
PP dirán una cosa, pero la calle dice otra muy distinta. Y no hace
falta haber estudiado en Yale o Harvard para saber que lo que dice la
calle, mientras no se demuestre lo contrario, es lo que vale, porque
lo quieran ellos o no, es lo único fiable. Y la calle dice cosas que
no son agradables a los oídos de Rajoy, Sáenz de Santamaría,
Cospedal, Montoro o de Guindos. Cosas como que España camina, pasito
a pasito, hacia el abismo de los siete millones de parados. Hace unos
meses, hablábamos de cinco millones. Hoy, gracias a la reforma
laboral y a la política económica llevada a cabo por Rajoy y sus
ministros, ya hemos pasado de los seis millones, y todo parece
indicar que si un milagro no lo remedia —y no creo que estemos para
invocar milagros—, pronto alcanzaremos la cifra récord de siete
millones de desempleados.+-La calle nos dice, también, que un gran
número de esos parados lleva tanto tiempo sin trabajar que muchos de
ellos no son capaces de precisar cuándo lo hicieron por última
vez.Y nos dice que la mitad de los jóvenes de este país están
cruzados de brazos, sin haber trabajado un solo día de su vida, sin
esperanzas de conseguir nada a corto o medio plazo, y todo ello, a
pesar de haberse pasado la mayor parte de sus vidas estudiando duro,
de haber ido a la universidad y de tener un título que los acredita
como ingenieros, arquitectos, médicos o maestros. La calle nos dice
que muchos de estos jóvenes están pensando en emigrar a otros
países, si es que no lo han hecho ya.
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