Cuenta la leyenda que
hubo un tiempo en el que todavía había luz en la oscuridad. Todavía había
trabajadores que exigían sus derechos. Que solicitaban un trabajo que respetara
la conciliación familiar un empleo que
respetara su vida personal y considerara sagrado su tiempo fuera del centro de
trabajo. El capitalismo se basa en la explotación del trabajador. Es así de
sencillo. Para que no te quejes o no te enteres te mantienen ocupado en una
serie de tareas que resultan inasumibles. Si alguna vez has dicho, ¡no doy abasto!,
¡me faltan manos!, ¡los papeles me comen! Ya estás en la rueda.
Antes de la década de
los 70 del siglo XX podía creerse que un Estado neoliberal tendía a achicarse
al marxismo, pero después de conocer las experiencias neoliberales debe
modificarse esta percepción puesto que si bien disminuye la intervención
estatal en la economía, aumenta enormemente su injerencia en otros ámbitos,
especialmente en las áreas relacionadas con la seguridad. Y si atendiendo
solamente a los países del centro del sistema-mundo pudiera creerse que el
neoliberalismo ha conseguido un gran consenso social que permite una menor
recurrencia al uso de la fuerza, el análisis de todo el sistema muestra que la
violencia estatal abierta se concentra principalmente en la otra parte del
sistema, en la periferia, en tanto que en el centro es más discreta o más
selectiva, pero nunca inexistente.31 El neoliberalismo es enemigo del consenso
y por eso en vez de él, cuando mucho, deja lugar a la corrupción y el fraude,
los otros elementos considerados por Gramsci como parte del uso “normal” de la
hegemonía en el régimen parlamentario, además de la fuerza y el consenso.
En la lucha sindical
con demasiada frecuencia hemos visto como el sindicalismo oficial utiliza
jornadas de movilizaciones y de huelgas para pasear banderas y delegados
mientras entre bastidores están precocinado con la empresa como se aplicarán
aquellas medidas que dicen combatir. Este “postureo” cómplice busca desactivar
cualquier resistencia y despojar a los trabajadores de su capacidad de lucha.
Es decir, todo lo contrario de lo que sobre el papel dice que quiere hacer.
Si
la lucha la hacemos para ganar, esto nos lleva a viejos debates que ya se
planteaba el sindicalismo a inicios del s. XX en Cataluña y que marcaron la
diferencia entre dos tradiciones, la de carácter más socialista y la
anarcosindicalista. Cómo debe ser una huelga? Debe implicar sólo una parada de
un centro de trabajo? Buscamos una imagen de los trabajadores parados, un día
tras otro con nuestras banderas ondeando al viento? Sólo con ello un centro de
trabajo con unas cuantas decenas o cientos de trabajadores/as conseguirá vencer
a una gran multinacional que tiene la propiedad? La experiencia nos muestra que
este tipo de huelgas “pasivas” y circunscritas sólo en el centro de trabajo
tienden a terminar mal para nuestros intereses. Y el estado y el capital
también lo saben cuándo, precisamente, hace años que prohibieron las huelgas
por solidaridad. Sus leyes, el sindicalismo oficial y, a veces, algunas
prácticas de sindicatos no tan oficiales llevan hacia aquí. Y también muchas
veces ya antes de que terminen, y a menudo de que empiecen, ya sabemos el
final. Estas dinámicas pueden ser, también, de “postureo”.
De forma mucho más
“activa” y pensadas para ganar. Esto significa que deben partir de dos
condiciones: la primera que los trabajadores del centro de trabajo se impliquen
y la hagan. La segunda, que tengamos la capacidad de ejercer la fuerza
suficiente para quebrar la resistencia del empresario. Esto último muchas veces
lo podremos conseguir si, aparte de no limitarnos a quedar pasivos y parados en
una huelga, somos capaces de sumar a nuestra la fuerza de la solidaridad. A
menudo no se trata sólo de detener el funcionamiento de un centro productivo,
ya que muchas veces las empresas pueden aguantar mejor un paro largo que quien
debe llevar un salario a casa para pagar el día a día. En muchos casos se puede
incidir en la distribución o la comercialización del producto de la empresa, en
su imagen, en sus clientes, etc. Y para poder hacerlo, muchas veces se
necesitan más manos que las de los trabajador@s en huelga.
Nadie en el Estado
Español, nadie, puede negar que el franquismo sigue instalado en nuestra
sociedad. Si antes era obligatorio ser franquista, o al menos parecerlo, hoy su
defensa es voluntaria y además multitudinaria y transparente. En el ADN se
lleva lo que se hereda y es totalmente real que el Partido Popular fue fundado
por ilustres franquistas, ellos fueron los padres de la criatura. Fueron
ministros de Franco los que fundaron Alianza Popular en 1976, un partido político
que en 1989, de nuevo de la mano de Fraga,
cambió su denominación por la de Partido Popular y aglutinó bajo sus
siglas a la propia Alianza Popular, Democracia Cristiana el Partido Liberal y
Centristas de Galicia; además en 1991 se firma un pacto de colaboración con
Unión del Pueblo Navarro, que pasa a ser el referente del PP en Navarra. En
resumidas cuentas los franquistas se unieron. Vox, un partido de inspiración
netamente franquista, xenófobo, machista, anti europeísta…y acreedor de varios
calificativos negativos más, calificativos todos ellos que el resto de los
franquistas comparten y aplauden, incluido su desplante frontal a los derechos
humanos. Y, también en estas, los medios de comunicación ofrecen sus
plataformas para la difusión de sus descaradas mentiras, al mismo tiempo que el
PP hace suyos los postulados del partido de Abascal. Vox es el ingrediente que
faltaba para llegar a una involución democrática solo comparable al golpe de
estado de 1936. El franquismo enseñó a odiar a la República, lo hizo sin
descanso y utilizando toda la represión de que era capaz, la consecuencia es
que la gran mayoría de los ciudadanos españoles ven a la República como un
peligro a evitar. Resulta innegable que los republicanos hemos fracasado en la
labor de transmisión de los valores republicanos. Aquellos que la defendieron
con sus vidas ya no están entre nosotros, la mayoría de sus hijos ya han
fallecido y muchos de los nietos de aquellos ya rozamos la vejez, a la
República solo le quedan los jóvenes.
Es más urgente que nunca
que llegue la III Republica al conjunto de las nacionalidades Ibéricas, pero
debe de emerger desde el pueblo para el pueblo, dando la indocincracia de los
trabajador@s, la lucha de clases está inmersa en el advenimiento de la nueva república.
No puede ser una república burguesa, tiene que ser una república que emerja
desde las urnas que tengan un cariz anti capitalista.
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