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miércoles, 8 de octubre de 2008

LA CALLE

LA CALLE

El otro día paseando por las calles, se me vino a la mente mis recuerdo de mi infancia. Empezando a oír los sonidos alegre de la chiquillería, como si estuviera pasando aquel ayer en este hoy y ahora. Aquella calle de recuerdo en mi niñez, aquella calle de cuando jugábamos el partidillo de fútbol con una pelota hecha de trapos viejos, que envidia sana nos daba quien solo siendo propietario de una pelota de plástico se hacia el dueño de la calle. Las madres llamando a la hora de comer... “Luisito a comer”.., “Pepito a la mesa”.., “Juanito sube a casa ¡ YA !.., las contestaciones de mis compañeros de juego e inclusive la mía era la misma... “mama déjame un poco más”.., las replicas de las madres no variaban.., “por hoy ya esta bien”.
Las risas y los juegos siempre ambientado en la pequeña jungla de adoquines y asfalto de mi niñez. Hoy en las calles ya no juegan los niños hoy en ella solo viven y se divierten los gatos, ya no hay niño que jueguen el las calles, prácticamente no se oyen sus risas, sus riñas, sus gritos, sus juegos... ¿Dónde se esconden?.
En la calle hoy solo se siente pasar a las personas con prisas, los coches a toda velocidad no respetando ni tan siquiera el limite de la misma impuesto en ella.
La calle ya no pertenece a los niños, y no es que nos perteneciera cuándo yo era un crió, pero al menos actuábamos como si lo fuese. La calle ha sido enajenada a los niños, se la robaron y con ella sus sueños. Hoy la calle es de los gatos, veo como corre un gato gris, seguramente ha nacido en ella, morirá en la calle aplastado por aquel coche, si no es aquel, será por otro. Pero nadie me puede quitar la tristeza de no oír, la risas de los niños en la calle. Cuando a cambio de la calle, los niños han recibido un sucedáneo virtual que no vale absolutamente nada, que tan solo revela la pobreza de espíritu de este mundo cada día más abyecto, pues no hay nada más cruel que robarle la infancia a la niñez. Le han expulsado a sus casas, a la cómoda, segura y vacía existencia moderna, encerrado entre cuatro paredes, delante de una pantalla que parpadea.
Cuando la sabiduría de vivir consiste en aprender a no aceptar el sistema de poder, que actúa como una fabrica de desdicha y nos vende ese dolor como destino.
Los niños ya no son niños, son maquinas y aprenden a serlo.

José María Domínguez

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