Uno debería poder mirar la ciudad donde habita con
ojos de recién llegado, con la voluntad generosa del viajero entusiasta, con el
humor fisgón del turista que no va a ninguna parte y que sólo aspira al extravío,
que es la única fórmula científica para encontrarle el halo a los lugares. Pero
lo cierto es que la ciudad propia se nos suele ocultar a los vecinos por detrás
de la ciudad misma. Se nos diluye su belleza entre los sedimentos de la
costumbre, en el precipitado de la rutina; en especial cuando se trata de
ciudades como Benicarló, de belleza reservada, de encanto circunspecto.
Benicarló no pertenece a ese género de ciudades suntuosas. Yo la adscribiría a
una especie distinta: la de las ciudades silentes, tácitas. Ciudades cuyo
atractivo no proviene de su inmediata hermosura, sino de una supuración lenta.
Que no nos cautivan -digamos- por su anatomía, sino por su sombra. Ciudades que
nos exigen un aprendizaje en el hechizo. Ciudades que muchos no llegarán nunca
a percibir en su calado.. Tal vez la ciudad no
tenga opulencia para derrochar, pero posee sus lugares perfectos. Quizá carezca
de la uniformidad y la armonía con que otras nos embelesan, pero en sus
discordancias y en sus desbarajustes está bien servida de aura No ha alcanzado
la distinción de gran urbe (esa dudosa dignidad) aunque sea dado de presumir de
la condición campestre de algunas, marítimas de otras, pero resulta suficiente para no ser ni
provinciana ni deshumanizada. La mía es una ciudad de intemperie, para callejearla, para
perder el tiempo en sus cafés, para llegarse al mar o al campo, que están a
quince minutos de cualquier rincón, y disfrutar de la luz, que alcanza aquí una
naturaleza portentosa. Ya sé que la luz es un asunto que a muchos
parecerá metafísico, pero para un benicarlando aunque sea de adopción es -debería
ser- tan palpable como la brisa salobre de la playa, al viajero que
llega, yo le sugeriría que renunciase a cualquier veleidad de desplazamiento
mecánico que no fuesen sus propias piernas. Los secretos del paisaje esperan
siempre a los andarines. Como esta noche del 10 de julio con “La Noche en
Vela”, esta noche me ha superado todas las expectativas que tenía depositada en
ella: Acostumbrado como me tenían en ediciones pasadas, me parecía a mí que
todo iba a seguir un cause programático como
las ediciones pasadas, nada más lejos de la realidad que me envolvía, era
totalmente diferente se respiraba un embrujo que te envolvía a tu persona y a los demás viandante que recorríamos
sus calles, en cada esquina te esperaba una sorpresa y cual más agradable. ¡Por
Fin! He visto surgir la cultura. Emanaban de las piedras de cada lugar, del
mismo ambiente, las actuaciones están totalmente acorde con el tiempo y el
lugar. Los ciudadanos no eran una masa amorfa, eran personas que estaban
integradas en cada acto participativo que se celebraba. Esta noche ha sido una agradable
sorpresa y hoy espero con impaciencia y el haber de nuevas creaciones la futura “Noche
en Vela” pues estoy totalmente seguro que como yo la espera el resto de los
Benicarlandos, la espero para podérmela comer poco a poco, con la certeza que
mejorara a la actual dejándola pequeña y poder volver a descubrir nuevos
lugares, que de tanto pasar sin mirarlo no nos habíamos dado cuenta que estaba allí.
sábado, 11 de julio de 2015
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