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sábado, 11 de julio de 2015

BENICARLO “NOCHE EN VELA”

Uno debería poder mirar la ciudad donde habita con ojos de recién llegado, con la voluntad generosa del viajero entusiasta, con el humor fisgón del turista que no va a ninguna parte y que sólo aspira al extravío, que es la única fórmula científica para encontrarle el halo a los lugares. Pero lo cierto es que la ciudad propia se nos suele ocultar a los vecinos por detrás de la ciudad misma. Se nos diluye su belleza entre los sedimentos de la costumbre, en el precipitado de la rutina; en especial cuando se trata de ciudades como Benicarló, de belleza reservada, de encanto circunspecto. Benicarló no pertenece a ese género de ciudades suntuosas. Yo la adscribiría a una especie distinta: la de las ciudades silentes, tácitas. Ciudades cuyo atractivo no proviene de su inmediata hermosura, sino de una supuración lenta. Que no nos cautivan -digamos- por su anatomía, sino por su sombra. Ciudades que nos exigen un aprendizaje en el hechizo. Ciudades que muchos no llegarán nunca a percibir en su calado.. Tal vez la ciudad no tenga opulencia para derrochar, pero posee sus lugares perfectos. Quizá carezca de la uniformidad y la armonía con que otras nos embelesan, pero en sus discordancias y en sus desbarajustes está bien servida de aura No ha alcanzado la distinción de gran urbe (esa dudosa dignidad) aunque sea dado de presumir de la condición campestre de algunas, marítimas de otras,  pero resulta suficiente para no ser ni provinciana ni deshumanizada.  La mía es una ciudad de intemperie, para callejearla, para perder el tiempo en sus cafés, para llegarse al mar o al campo, que están a quince minutos de cualquier rincón, y disfrutar de la luz, que alcanza aquí una naturaleza portentosa. Ya sé que la luz es un asunto que a muchos parecerá metafísico, pero para un benicarlando aunque sea de adopción es -debería ser- tan palpable como la brisa salobre de la playa, al viajero que llega, yo le sugeriría que renunciase a cualquier veleidad de desplazamiento mecánico que no fuesen sus propias piernas. Los secretos del paisaje esperan siempre a los andarines. Como esta noche del 10 de julio con “La Noche en Vela”, esta noche me ha superado todas las expectativas que tenía depositada en ella: Acostumbrado como me tenían en ediciones pasadas, me parecía a mí que todo  iba a seguir un cause programático como las ediciones pasadas, nada más lejos de la realidad que me envolvía, era totalmente diferente se respiraba un embrujo que te envolvía  a tu persona y a los demás viandante que recorríamos sus calles, en cada esquina te esperaba una sorpresa y cual más agradable. ¡Por Fin! He visto surgir la cultura. Emanaban de las piedras de cada lugar, del mismo ambiente, las actuaciones están totalmente acorde con el tiempo y el lugar. Los ciudadanos no eran una masa amorfa, eran personas que estaban integradas en cada acto participativo que se celebraba. Esta noche ha sido una agradable sorpresa  y hoy espero con impaciencia y  el haber de nuevas creaciones la futura “Noche en Vela” pues estoy totalmente seguro que como yo la espera el resto de los Benicarlandos, la espero para podérmela comer poco a poco, con la certeza que mejorara a la actual dejándola pequeña y poder volver a descubrir nuevos lugares, que de tanto pasar sin mirarlo no nos habíamos dado cuenta que estaba allí.

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